En el éxito compra ella, con ropa suelta, cara de cansancio y pelo desarreglado. Ella que llevaba un mercado poco sano, de persona que no tiene mucho afán por cocinar, ni mucho cariño por la cocina. Que come por necesidad, que hace mercado por necesidad.
Llevaba un paquete de tortillas, unas cuantas latas de atún, varios sobres de bebidas dietéticas instantáneas y algunos vegetales que no pude identificar, porque ya estaba siendo muy aparente mi interés en ese conjunto miserable de relleno para el estómago.
Ella, que iba cansada quién sabe por qué. Seguro porque tuvo una semana pesada en la universidad, porque no es muy hábil estudiando economía, o tiene problemas para aprenderse las partes del sistema nervioso.
Ella, que iba de afán quién sabe por qué. Tal vez porque había quedado de almorzar con un tipo poco especial. Un tipo que no le caía muy bien, pero como estaba desocupada, aburrida y cansada, vio en él la mejor excusa para distraerse y comer helado. Y tal vez sentirse querida y apreciada en esta ciudad que no quiere a nadie.
Y en el éxito compro yo, que sentí ganas de perder la vida por el estruendo del merengue acelerado que sonaba por los altoparlantes ese mediodía lluvioso de sábado.
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